Esa noche acabe con el agudo martirio de la incertidumbre. Esa noche inundé mi cuarto de lágrimas, empapé mi orgullo hasta que se deshizo como el periódico en la lluvia.
Estaba irreconocible, no era la misma persona de antes. No ahora que todos sabían todo, no ahora que él había visto detrás de la patética mampara de suficiencia que había construido. Me sentía desnuda, y no esa clase de desnudez que hace que te sientas admirada, sino esa sensación de que no tienes derecho a sentir lo que sientes.
Estaba avergonzada, pero no arrepentida.
¿Qué seria ahora de las eternas noches preguntandome que pasaria si? Construyendo ideales, historias imaginarias, de cómo el vendria y me diria que me quiere. Ahora serian noches vacias, aunque quizas el insomnio iba a continuar, pero esta vez empapando las almohadas en un rio de lagrimas que no iria a ninguna parte.
No habia que llorar, no habia porque llorar. No habia mas que hacer, llorar no iba a solucionar nada. Solo cabia la esperanza de que alguna vez, en algun momento de mi vida, antes de que me ahogara con mi propio subconsciente; despertaria y veria el sol en la ventana, y no recordaria el mas minimo detalle de lo sucedido, no recordaria su cara, sus ojos huyendo de toda responsabilidad, mis lagrimas. Esperando algun dia despertar liviana, sin el peso del fracaso, y abrir la ventana para ver el rostro de alguien nuevo, bueno para mi, que me quiera de verdad.
Y por una vez, no ver la cara del innombrable y pensar en el cuando estoy con otro. Superar el trauma, el recuerdo aquel y aunque yo no haya sido nada para el, de nada haya servido mis intentos, agradecerle toda la inspiración.
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