No conocía el verdadero motivo, no sabía cómo ni porqué había llegado hasta allí. No podía ver la razón por la lluvia torrencial y la inseguridad de no saber con qué iba a encontrarme; no habían sido suficientes para detenerme. Caminaba a pasos acelerados como si el reloj amenazara con dejarme fuera del desafío.
Y a mi ansiedad le agradezco haber llegado 3 minutos antes, lo que me dio tiempo de resguardarme unos minutos del agua que caía salpicando en el suelo, e intentar arreglarme para parecer menos desesperada. Parecía el fin del mundo. La ciudad sonaba como si ningún habitante fuera capaz de comprender la simpleza de un crepúsculo lluvioso. Todos corrían bajo sus paraguas, salpicando como si huyeran de un huracán. Las bocinas me aturdían y la niebla hacía difusas las luces de los semáforos. Y en el medio de toda la vorágine, vi al mundo detenerse ante los ojos de mi agresor.
Caminaba despreocupado, como si no le temiera a nada, contrastando con el resto; que parecían barquitos de papel deshaciéndose. Él era fuerte e inmune, y jamás se inmutó ante mis defensas. De hecho era yo la se desmoronaba con su simple presencia.
Y mi agresor, era especialmente poderoso en su tranquilidad e indiferencia. Nunca había visto a nadie a quién no le produciera algo de adrenalina torturar gente, como a mí. Y yo ni siquiera era su presa favorita.
A las demás las despedazaba, las aniquilaba, las aborrecía y las atrapaba. A las demás presas las condenaba a una muerte lenta y dolorosa. Conmigo se limitaba a lanzarme miradas asesinas cuando tenía hambre.
Entonces fue cuando sentí sus ojos en mí y la piel de la nuca se me heló. Atravesó la calle con la decisión con la que trepa el que está a un paso de la cima y cuando estuvo tan cerca que podía sentir su respiración, me rendí.
- ¿No vas a parar nunca?
- ¿De qué? –su voz sonaba en un susurro, como quien no necesita valerse de nada más.
- De comportarte como si no te importara hacer que me sienta el ser más vulnerable de este planeta. – intenté ser lo menos previsible posible, pero como dije, seguir negándome no tenía sentido. No ahora, a minutos de deshacerme de todo. –Por lo menos admití que lo hacés a propósito.
- ¿De qué hablás? – sus ojos se entornaron, elocuentes y fugaces, y vi en su gesto un atisbo de la sonrisa triunfal y maléfica con la que un criminal evade la verdad en un juicio. – Ya no sé quien sos, estás tan cambiada…
- Y ojalá estuvieras orgullosa de quien soy…
- ¿Pero no te dije que sos alguien especial? –puso su mano en mi hombro, quizás en un gesto de piedad.
- ¿Sabés? Quisiera poder quererte sin culpa. Sin declararme masoquista cada vez; pero no sé como se hace para querer a alguien como vos. No sé porqué terminé esperando que me extrañaras.
-Cuando sabes que yo JAMÁS extraño a nadie. – Sonrió.
- Debí prestar más atención.
- Tenés razón, no pierdas un segundo más. Ni siquiera yo sé lo que quiero. -Deslizó su mano congelada por mi brazo y de repente dejé de sentir los pies. Y no sé como logré apartarlo sin el más mínimo arrepentimiento.- Tal vez pensás que estás enamorada, pero en realidad solo querés que alguien te ame. Tal vez sea solo eso, y esta bien…
-Y no vas a hacerlo.
-Pero vas a sobrevivir.
-Genial. Ahora sí, estoy muerta
-Reviví. No sé, hacé algo, no es el fin del mundo.
Genial, me dio una tarea propia de una superheroína y se fue, tan indiferente como vino, y en el cielo las nubes se disiparon por un instante y entendí que ya no era dueña de nada más que de mi alma, y me di cuenta de que como no tenía nada, cualquier cosa era posible.
Caminé sin parar, con el peso con el que camina alguien cansado y con el orgullo herido; y a su vez, con la liviandad del que no puede perder demasiado.
Me había dejado morir a manos de él. Y lo estaba tratando como un animal salvaje cuando en realidad no era más que una simple persona y yo, un fantasma en ese preciso instante.
Y poco a poco, fui renaciendo.
Cada imagen del recuerdo de aquellos tiempos me hizo más fuerte, porque esa noche acabe con el agudo martirio de la incertidumbre.
Esa noche inundé mi cuarto de lágrimas, empapé mi orgullo hasta que se deshizo como el periódico en la lluvia. Estaba irreconocible, no era la misma persona de antes. No ahora que todos sabían todo, no ahora que él había visto detrás de la patética mampara de suficiencia que había construido.
Me sentía desnuda, y no esa clase de desnudez que hace que te sientas admirada, sino esa sensación de que no tenés derecho a sentir lo que sentís. Estaba avergonzada, pero no arrepentida.
¿Qué seria ahora de las eternas noches preguntándome que pasaría si? Construyendo historias imaginarias, de cómo el vendría y me diría que me quiere. Ahora serían noches vacías, aunque quizás el insomnio iba a continuar, pero esta vez sin nada que esperar.
No había qué llorar, no había porqué llorar. No había más que hacer. Solo cabía la esperanza de que alguna vez, en algún momento de mi vida, antes de que me ahogara con mi propio subconsciente; iba a despertar y a ver el sol en la ventana, y no recordaría el más mínimo detalle de lo sucedido, no recordaría su cara, sus ojos huyendo de toda responsabilidad.
Esperando algún día abrir la ventana para ver el rostro de alguien nuevo y que no intente hacerme daño, que me quiera de verdad. Y por una vez, no ver la cara del innombrable y pensar en él a cada instante. Superar el trauma, el recuerdo aquel y aunque yo no haya sido tanto para él, agradecerle toda la inspiración.anything goes,
No hay comentarios:
Publicar un comentario