This is the dawning of the rest of our lives

domingo, 28 de marzo de 2010

Serlo.

Vivo gracias a mis manos, a mi imaginación.
Intenté con la tintura. El maquillaje, delineador, base, rubor.
Hablé de cosas que no quería hablar.

No importa, mi conversación los aburre, en un arranque de sinceridad todo se viene abajo.
Recurrí a todo: analistas, expertos en tarot, gitanas. Me leí toda la psicología.
Esa condición aleja, aisla. Padecerla es pagar el precio de una falla de la evolución.
Serlo es como sufrir de vértigo en la estación espacial.
El tiempo no la cura. No la cambia, no la modifica. Es una cualidad no transferible, innegociable.
Es visible.
Cuando se es eso, hacer algo es una imperiosa necesidad, una salida extrema.
El que lo es trasciende y entra a la historia por su esfuerzo por dejar de serlo. Muchos figuran en la Enciclopedia Británica, pero siguen siendolo.
Nosotros, los que cargamos en nuestras almas eso, queremos ser como el resto de las personas: poetas, ingenieros, contadores, deportistas o actores de “carácter”. Algunos llegan a ser millonarios y compran un ilusión a cuotas, pero nunca vamos a ser iguales.
No accedemos a los mejores puesto de trabajo, nunca ganamos un “casting”. Somos divertidos, interesantes, inteligentes, raros, indefinibles o impresentables, pero nunca llegamos a primera división.
Lo peor de todo es que nos enamoramos y lo hacemos con la desmesura de quien busca en el otro lo que no tenemos. Admiramos a los que son amados porque no estamos siquiera en posición de envidiar. Vivimos vidas ajenas, prestadas, buscando la redención y la paz de saber que, aunque más no sea, somos parte de una anécdota sin gracia ni importancia.
Somos el que está solo.
El que lo es es el parámetro de una sociedad que no sabe a dónde ir, pero que tiene muy en claro lo que no quiere ser. Es el que escribe o hace radio porque “no da para la TV”, el personaje de la fiesta. El que se compra una cama de dos plazas y le queda grande.
El lobo feroz, la bruja del bosque, el villano, el delincuente, el villero, el incomprendido, el asesino... siempre ellos.
Los agraciados no lanzan mensajes en botellas por Internet, ni se suman a grupos de autoayuda.
Somos los decididos de las batallas, los que nos arrojamos a la muerte como única forma de rehabilitación, pero sólo llegamos a ser “héroes anónimos”.
Los que nos avergonzamos cuando nos miran. Los que nunca despertamos espontáneamente un comentario positivo.
Serlo es emborracharse llorando frente a una PC escribiendo frustraciones.
Serlo es no estar vivo.
Valoramos enfermizamente un “te quiero” y lo guardamos en el alma como el más grande los tesoros, sabiendo que sólo se trata de una tregua que da el sistema.
Que es tan sólo un poco de oxígeno para seguir soportandolo.

Escrito x Salta.

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