This is the dawning of the rest of our lives

jueves, 26 de julio de 2012

Boiling blood


Todas las noches, cuando el alma me lo permite y no puedo dormir, no descarto un solo segundo dando vueltas en la cama. Aun con el cerebro desconectado, los ojos semicerrados y los músculos rechinando, me levanto.
Frente a mi balcón piso 3, hay una plaza algo iluminada. Un camino de baldosas hexagonales color gris y negro, algunas palmeras, césped, una estatua de San Martín en su caballo, una fuente, algunos bancos de madera y los típicos faroles amarillentos.
Pero ni un alma. Puedo mirar a la izquierda o a la derecha, tirarme incluso desde el balcón, les juro que nadie movería un pelo. Todos duermen.
Entonces cuando no puedo dormir, algún recuerdo me invade las sábanas o simplemente tengo ganas de que la noche se estire y el amanecer no llegue nunca, o tarde un poco más, me pongo un abrigo y salgo.
Con el frío se me congela la sangre que alguna vez hirvió, cuando veía su cara, cuando sentía su aliento en mi cuello. Hervía y quemaba cada vena, cada capilar, cada fibra de mí.
A veces cuando cruzo la calle, no sé bien que hacer. Toda la plaza es para mí, y me abruma. Por un segundo me pregunto si alguien me está viendo, si alguien me atacará, y después me convenzo de que estoy sola.
Capaz me pongo a hacer boludeces en la fuente, me mojo con el agua, me empapo, me congelo, tengo frío y después salgo. Sólo alguien como yo es capaz de hacer semejante estupidez. Sino me subo a los juegos de los niños, hago dibujitos con los pies en la arena o simplemente me siento en un banco a observar, respirar, quizás fumarme uno. Pero por sobre todas las cosas, intento no pensar.
Porque con el aire frío se respira el abandono, la soledad, el silencio. Y con el silencio vienen las preguntas existenciales: ¿quién soy, adonde voy, qué hago? Y bueno, a veces con algunas respuestas es mejor callarse la boca.
Y lo interesante, en esta historia, llamenlo como quieran, quizás diario íntimo de alma insomne, sería que en medio de ese pueblo despoblado, alguien me estuviera mirando, y en algún descuido del ecosistema de baldosas, pastos y plantas, se me apareciera. Porque si hay algo más aterrador que los mounstruos del subconsciente o de las horas de sueño, incluso de los cuentos, es que no los haya.
Porque en la noche todo es oscuridad, y en el día la oscuridad es vacío, es un rayo de luz que electrifica esa nada hambrienta de ser algo. Las cosas no son sino por su luz, y es apenas un rayo de luna y la luz amarillenta de los faroles los que me permiten ver esta promesa de alegría diurna: es una plaza, carajo.
Y yo paso a ser parte del paisaje entonces? Que soy? El fantasma nocturno de la plaza, la loca del parque que se sienta a la madrugada a fumar. Mejor no te acerques.
Y todo eso de la oscuridad, el atacante, fumar o simplemente hacer algo tan estúpido como ir a una plaza solitaria a las tres de la madrugada es un suicidio, una discusión entre distintos pedazos del cerebro ponele, uno dice que ya no vale la pena vivir, que todo es muy aburrido y se abandona, la otra tiene miedo de morir, espera que todo sea temporario o con suerte, es feliz.
Muchas cosas son un abandono. No tener hambre, dormir en exceso, fumar, querer volar, una parte nuestra se convence de que no vale tanto la pena, y se abandona. O simplemente no puede más.
Es como cuando las cadenas de una hamaca ceden ante el peso de un chico muy gordo, provocan una caida y un estruendo, y todos se dan vuelta esperando ver al niño lastimado, pero este se levanta y se cuelga del trapecio más alto.
Entonces después del vaivén entre día y noche, del frío insoportable, capaz me doy cuenta de que lo que hago es una soberana pelotudez, de que estoy sentada en el medio de la nada solo porque no tengo nada mejor que hacer, y entonces no me soporto más y me vuelvo a dormir.
Me abandono otra vez en esa cama caliente, en un mundo de sueños, dejando el lugar de los juegos vacíos y el temblor de esa sangre que una vez hirvió.

Reg.

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